jueves, 17 de noviembre de 2011

EL VALOR DE LA DECENCIA

Sra. candidata del PSOE, Dña. Rosa Aguilar Rivero:

Hace unos días he leído al cronista de su campaña electoral en un periódico provincial aludiendo a su palmarés, a su raza, a su desenvoltura mitinera, a su capacidad de conexión con la gente… Todo eso está muy bien pero, tratándose de una aspirante a representante del pueblo, hay una pregunta que considero ineludible: ¿y la decencia no cuenta?

Todo el mundo tiene derecho a estar donde quiera y en el partido que mejor le parezca. Acepto el derecho que tienen las personas a evolucionar y soy comprensivo con los cambios personales cuando son realmente sinceros, incluso aquellos que -como en San Pablo- lleven a una persona a pasar de una opción a la contraria. Sin embargo, cuando se produce un giro tan drástico que supone el desdecirse de lo que se ha venido preconizando desde hace más de 30 años para abrazar, en buena medida, aquello que se ha combatido durante ese tiempo, cuando se abandona el sustento ideológico enarbolado durante una etapa tan dilatada de la propia vida personal no creo que deba actuarse como si no pasara nada, como si se tratara de un paso más en una carrera política.

Si, además, la persona en cuestión tiene –como ha sido su caso- una dimensión pública relevante, a mí me parece que la ética obligaría a renunciar al cargo público logrado con el apoyo del partido que abandona, dejando transcurrir un período transitorio antes de iniciar con otro partido una nueva andadura.

Tampoco creo que estuviera de más pedir disculpas y dar algunas explicaciones, no sólo a sus nuevos compañeros por haberles hecho objeto -si así considera que ha ocurrido- de críticas o ataques que ahora pueda considerar injustos o injustificados, sino también a sus electores y seguidores, por ofertarles y pedirles ahora una cosa tan distinta a la de siempre. Y, con no menos razón, a los que durante tantos años fueron sus compañeros de viaje, por haberles fallado no habiendo resultado a la postre merecedora de la confianza que en Ud. depositaron; sobre todo a esos abnegados militantes de base que tanto se esforzaron, por ejemplo, pegando carteles, con su foto para que Ud. llegase a ser alcaldesa de Córdoba y a conseguir los cargos que desempeñó a lo largo de su trayectoria política y que la lanzaron a la popularidad de la que hoy goza; compañeros, en algunos casos, con los que mantuvo Ud. una relación casi familiar, mucho más allá del compañerismo militante.

Ahora bien, si se prescinde de toda ética, si todo vale para llegar a un buen sillón, como puede ser el de ministra, nada de esto tiene sentido. Lo que habrá que hacer, en ese caso, será utilizar el cargo anterior como catapulta para alcanzar uno más codiciado, beber en Maquiavelo y no dudar en hacer todo el daño que se pueda a la fuerza política que se abandona y a sus antiguos compañeros, como moneda de cambio para obtener las recompensas que se le hayan podido ofrecer, porque Roma sí paga a traidores.

Si este modo de proceder es el que impera, si la ambición no repara en límites y los principios e ideología se convierten en meros pretextos para satisfacerla sin ningún reparo moral, entonces será lógico que el eje central de su actuación política lo acaparen las maniobras de utilización de los demás hasta lograr aquello a lo que se aspira, dando el salto definitivo cuando la situación haya madurado a la medida de sus cálculos y se crea propicia para amortiguar y hacer menos escandaloso lo que no es sino un vulgar y oportunista transfuguismo.

Y es en ese momento cuando llegan a entenderse las señales que pudieran haberse interpretado anteriormente en clave muy distinta, desorientando a no poca gente. Es entonces, cuando cobran sentido los gestos y declaraciones que dosificadamente habrá ido dejando aparecer en los medios de comunicación durante la parte final de su anterior etapa, hasta provocar una situación que le facilitara el camino elegido, a costa de socavar lo que contribuyó a construir durante décadas y en lo que tanta ilusión tienen puesta muchas personas, no pocas de ellas incorporadas a la causa por Ud. misma.

Sra. Rosa Aguilar, efectivamente Ud. ha peleado por lo que quería y de momento parece que lo ha conseguido. Mientras esté en la cresta de la ola seguirá mostrando sus dotes y cualidades, mantendrá el don de gentes que tan buenos resultados le ha propiciado en su vida política, no le faltará nunca alguien a su alrededor que le ría las gracias y le “baile el agua”, seguirá prodigando su amplia sonrisa en sus apariciones públicas y viviendo en la nube de endiosamiento que le impide ver la verdadera realidad de lo que va dejando a su paso. Pero todo tiene un final y, cuando esto ocurra, quizá comience a notar que ya no encuentra tanta simpatía ni tanta receptividad a su alrededor y a descubrir en las miradas de los que le rodean que, en realidad, no se fían de Ud., quizá entonces caiga en la cuenta de que, aunque haya cobrado su precio, Ud. también ha sido utilizada. Quizá entonces eche algunas cosas de menos y sienta una extraña sensación al mirarse al espejo. Quizá, sólo quizá, sea entonces -aunque demasiado tarde- cuando llegue a apreciar el valor de la decencia.

Atentamente,
Un afiliado de base de IU-CA

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