sábado, 3 de enero de 2015

¿VUELTA A LA ESCLAVITUD?



El pasado día 30 de septiembre [de 2010], el siguiente al de la huelga general contra las medidas del Gobierno Zapatero, nos levantamos escuchando la noticia de que se habían detectado barcos pesqueros africanos, que trabajaban para los mercados europeos, con mano de obra en régimen de esclavitud. Noticia, que me ha servido de punto de partida para una reflexión sobre la situación social que vivimos actualmente al hilo de la crisis económica.

La esclavitud no es un hecho anecdótico en la historia de los seres humanos, ni siquiera en la actualidad. De hecho, aún hay países como Mauritania que la toleran y amparan abiertamente y hay estudios que hablan de la existencia de 27 millones de esclavos en todo el mundo. Por otro lado, es conocido cómo prestigiosas marcas de material deportivo producen las prendas que vestimos en países orientales con el trabajo de niños en situaciones de semiesclavitud y total explotación. Igualmente, los productos agrarios que utilizan importantes cadenas mundiales de comida rápida son obtenidos en países asiáticos con mano de obra barata y explotada, niños africanos trabajan en condiciones de absoluta miseria en la extracción de minerales con los que se fabrican los chips de los aparatos electrónicos que utilizamos y en los propios países occidentales, frecuentemente surgen noticias sobre redes de trata de blancas que mantienen en cautividad a mujeres procedentes de África, Sudamérica o países del Este para explotarlas sexualmente (todo ello, sin ir más lejos y no entrando a analizar otros fenómenos plenamente actuales, como la manipulación de las conciencias y de los comportamientos de consumo, mediante el control de los medios de comunicación y la publicidad).
Lo primero que hemos de tener en cuenta para entender esta triste realidad aún presente en nuestro mundo globalizado es que el dominio, el sometimiento, la explotación y la esclavitud son características que han presidido el régimen de relaciones entre los pueblos, las clases sociales y los individuos a lo largo de la historia de la humanidad y, como vemos, aún tienen vigencia. Hace sólo siglo y medio que la esclavitud pura y dura  fue abolida en EE.UU. y aún tardarían algunas décadas más en hacerlo otros países hispano-americanos como Brasil o la Cuba bajo dominio español.
Las necesidades de producción, en relación dialéctica con la respuesta surgida de las fuerzas del trabajo, son las que determinan el tipo de relaciones laborales en una sociedad. Nuevas condiciones provocan cambios formales en su regulación, generando una superestructura cultural y jurídica en la que tratan de sustentarse. Históricamente, fue a partir del pensamiento ilustrado cuando las ideas de defensa de la libertad, la igualdad y la armonía entre los seres humanos se fueron abriendo paso hasta llegar a triunfar con la Revolución Francesa al comienzo de nuestra Edad Contemporánea, aplastando la tiranía de la monarquía absoluta. Los derechos humanos comienzan a ser considerados universales y consustanciales a su propia naturaleza y, de la mano del pensamiento liberal -al que siguieron las ideas libertarias y socialistas que alimentaron el movimiento obrero y sus luchas continuadas contra las desigualdades y la explotación del hombre por el hombre- se consiguió, en las sociedades de una parte del planeta, que las personas –independientemente de su condición social- comenzasen a ser consideradas formalmente en igualdad, como sujetos de derechos y libertades, en la jurisdicción de los Estados democráticos modernos.
El triunfo de la revolución rusa en 1.917 significó para las clases trabajadoras la ilusión de sacudirse la opresión de clase y abrir las puertas a la igualdad real, a la libertad y a la prosperidad en un conjunto de países que siguieron esta senda. Aun cuando este modelo socialista fracasó debido a la falta de libertades y a la ineficaz burocracia de su sistema político y económico, su influencia fue importante, no ya en su área de dominio, sino en las democracias occidentales que detentaban las economías más fuertes del planeta, en las que, ante la “competencia social” del socialismo real produjo bastantes concesiones en cuanto a la elevación del nivel de vida de las clases trabajadoras y a medidas de protección social que culminaron en el modelo llamado Estado de Bienestar, tal y como lo hemos conocido durante varias generaciones.
La revolución científico-técnica en los países desarrollados multiplicó la producción de recursos hasta llegar a cubrir las necesidades básicas de la sociedad en su conjunto sin menoscabar el status de poder y riqueza de las clases pudientes. Así fue como la muerte por hambre (la peor de las esclavitudes) de una parte de la población, que también había sido una constante universal a lo largo de todos los períodos históricos, comenzó a ser erradicada mediado el pasado siglo, aunque sólo fuese en un área geográfica minoritaria del globo que se conoce como Primer Mundo, extendiéndose parcialmente con posterioridad por otros países calificados como en vías de desarrollo o emergentes.
Pero si la esclavitud en sentido estricto había sido abolida en casi todos los países del globo, otras formas de esclavitud, como la opresión, la explotación y el hambre, nunca llegaron a desaparecer de la faz de la Tierra. El imperialismo y el sometimiento del tercer mundo, por parte de las grandes potencias, con nuevas formas de colonialismo, permitió a éstas sacar la pobreza fuera de sus fronteras, a costa de aumentar la de los países menos desarrollados. A partir de ahí, lo que sí se produjo, en la parte más avanzada de la humanidad -y que ha marcado una referencia universal en la que se miraba el resto del planeta-, fue una línea de avance y progreso en nivel de vida y derechos sociales de las capas populares de la sociedad, en gran medida de la mano del modelo keynesiano, configurando un Estado protector y prestador de un amplio conjunto de servicios públicos, cuyo influjo llegó a traspasar, incluso, las fronteras de la subyugada España franquista, en su última etapa, allanando el terreno hacia la democracia.
Después vinieron los grandes cambios, el bloque del Este se desploma, se impone un modelo económico en el que el capital es hegemónico, las fronteras comerciales desaparecen, el mundo se globaliza, el sistema comienza a ser gobernado por el pensamiento neoliberal, y ¿con qué consecuencias nos encontramos?
Todo parece indicar que la época que nos ha tocado vivir va a ser testigo de un punto de inflexión a partir del cual la línea hasta ahora ascendente en cuanto al logro de derechos y bienestar de nuestra sociedad occidental está comenzando a declinar: la democracia se resiente desde el momento que las grandes decisiones se toman en el seno de corporaciones transnacionales y son impuestas por la llamada dictadura de los mercados (en realidad, por los poderosos dominadores de los mismos), las normas y reglas del sistema son adoptadas por organismos internacionales como el FMI, la OMC, El Banco Mundial o el Banco Central Europeo e, incluso, los Bancos centrales de cada país, organismos no elegidos o no controlados mediante mecanismos democráticos que, con la apariencia técnica y de neutralidad, imponen a los Estados de todo el mundo, su propio debilitamiento y el seguimiento de las políticas que interesan al capital internacional, sin que los gobiernos soberanos y elegidos democráticamente puedan hacer mucho para cambiarlas ni para saltárselas. 
¿Por qué hay crisis y quién la ha generado? ¿Por qué no se hace pagar su irrresponsabilidad a los especuladores financieros causantes de la misma y se toman medidas para que no puedan seguir actuando a sus anchas poniendo en peligro economías de países enteros? ¿Por qué se habla de reformar el capitalismo y luego no se cambia nada? ¿Cómo algo tan importante y vital en una economía, como es su sistema financiero, puede dejarse en manos de un irresponsable juego de casino? Es el libre mercado desregulado y al albur de tiburones sin piedad, el que tiene el mundo “patas arriba” y está llevando a millones de personas a la pobreza y hasta la miseria más absoluta.
Como ha dicho el profesor Juan Torres, “si hay algo que nos ha enseñado esta última crisis son las consecuencias de un sistema de negocios en el que todo vale y de que se permita que las corporaciones más poderosas actúen siguiendo una guía de conducta completamente amoral y ajena a los principios éticos que consideramos imprescindibles para regular civilizadamente la sociedad”.
Antes o después, saldremos de la crisis en nuestro entorno europeo y primer-mundista, lo que está en juego es de qué forma lo haremos, qué precio pagaremos cada uno por ello y cómo van a quedar las cosas después.
Hay quien vaticina la descomposición de las clases medias y la pérdida de poder adquisitivo de las capas populares, el aumento del número de mileuristas, la precariedad y baja calidad del empleo de los jóvenes (incluidos los universitarios), bolsas de parados mal subsidiados mayores de 45 años, etc.
Tanto o más preocupante que la crisis lo son las políticas defendidas para salir de ella desde las instancias empresariales y de dominio del capitalismo mundial con las que presiona la derecha y a las que el gobierno de Zapatero, en nuestro país, se ha acabado doblegando en lo fundamental. Políticas que en realidad no son para salir de la crisis, ya que, por ejemplo, los economistas reconocen que la reducción drástica del déficit ralentiza la recuperación. Se trata de “tranquilizar a los mercados”, esos entes que funcionan supuestamente de modo técnicamente neutral, movidos por la libre competencia pero cuyo mecanismo perverso, guiado por una espiral especulativa libre de todo control, deriva inexorablemente hacia la rebaja de costes salariales y derechos sociales, la imposición de “paz social”, etc.
Los gobiernos del capital se dejan llevar. De lo que se trata es de aprovechar la coyuntura para imponer un recorte de salarios, de prestaciones sociales, el aumento de la edad de jubilación, un recorte de derechos laborales, sometidos en España, como en otros países, a una reforma que se ha querido vender como necesaria para acabar con el empleo temporal y disminuir el paro, pero en la que, si el despido se abarata hasta niveles mínimos, en realidad lo que se pone fin es al empleo fijo, además de no servir para reducir el paro, como ha quedado demostrado durante los meses en que lleva aplicándose, habiéndose alcanzado en el pasado febrero un nuevo record de parados/as.
Caído el Muro de Berlín, los grandes dominadores mundiales han pensado que es hora de dar una vuelta de tuerca contra los derechos de los trabajadores, contra la negociación colectiva y el propio sindicalismo… y de arremeter directamente contra el Estado de Bienestar.

De la capacidad de respuesta y lucha del conjunto de la clase trabajadora dependerá el resultado final de la ofensiva desatada, de ahí el importante reto que se plantea en estos momentos a la izquierda. Una izquierda poco preparada para hacer frente a la nueva situación porque ésta la ha sorprendido, en buena medida, más complaciente con la bondad del sistema que consciente de su papel en el mantenimiento de las conquistas sociales logradas.
El discurrir de los hechos nos irá mostrando hacia dónde camina la humanidad: si todos estos sacrificios de la clase trabajadora sólo van a suponer un simple paréntesis más o menos necesario para el mantenimiento del Estado de Bienestar, o si, por el contrario, -aunque pueda sonar apocalíptico- va a ser el propio Estado de Bienestar el que finalmente suponga un mero paréntesis histórico entre esclavitud y esclavitud -en cualquiera de sus formas- de la que el capitalismo no es capaz de prescindir, del mismo modo que tampoco está pudiendo evitar destruir los recursos medioambientales y alterar las constantes vitales de nuestro planeta.
                                                                                                                       P. Calero
 

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