El pasado día 30 de septiembre [de 2010], el siguiente al de
la huelga general contra las medidas del Gobierno Zapatero, nos levantamos
escuchando la noticia de que se habían detectado barcos pesqueros africanos,
que trabajaban para los mercados europeos, con mano de obra en régimen de
esclavitud. Noticia, que me ha servido de punto de partida para una reflexión
sobre la situación social que vivimos actualmente al hilo de la crisis
económica.
La esclavitud no es un hecho anecdótico en la historia
de los seres humanos, ni siquiera en la actualidad. De hecho, aún hay países
como Mauritania que la toleran y amparan abiertamente y hay estudios que hablan
de la existencia de 27 millones de esclavos en todo el mundo. Por otro lado, es
conocido cómo prestigiosas marcas de material deportivo producen las prendas
que vestimos en países orientales con el trabajo de niños en situaciones de
semiesclavitud y total explotación. Igualmente, los productos agrarios que
utilizan importantes cadenas mundiales de comida rápida son obtenidos en países
asiáticos con mano de obra barata y explotada, niños africanos trabajan en
condiciones de absoluta miseria en la extracción de minerales con los que se
fabrican los chips de los aparatos electrónicos que utilizamos y en los propios
países occidentales, frecuentemente surgen noticias sobre redes de trata de
blancas que mantienen en cautividad a mujeres procedentes de África, Sudamérica
o países del Este para explotarlas sexualmente (todo ello, sin ir más lejos y
no entrando a analizar otros fenómenos plenamente actuales, como la
manipulación de las conciencias y de los comportamientos de consumo, mediante
el control de los medios de comunicación y la publicidad).
Lo primero que hemos de tener en cuenta para
entender esta triste realidad aún presente en nuestro mundo globalizado es que
el dominio, el sometimiento, la explotación y la esclavitud son características
que han presidido el régimen de relaciones entre los pueblos, las clases
sociales y los individuos a lo largo de la historia de la humanidad y, como
vemos, aún tienen vigencia. Hace sólo siglo y medio que la esclavitud pura y
dura fue abolida en EE.UU. y aún
tardarían algunas décadas más en hacerlo otros países hispano-americanos como
Brasil o la Cuba
bajo dominio español.
Las necesidades de producción, en relación
dialéctica con la respuesta surgida de las fuerzas del trabajo, son las que
determinan el tipo de relaciones laborales en una sociedad. Nuevas condiciones
provocan cambios formales en su regulación, generando una superestructura
cultural y jurídica en la que tratan de sustentarse. Históricamente, fue a
partir del pensamiento ilustrado cuando las ideas de defensa de la libertad, la
igualdad y la armonía entre los seres humanos se fueron abriendo paso hasta
llegar a triunfar con la
Revolución Francesa al comienzo de nuestra Edad
Contemporánea, aplastando la tiranía de la monarquía absoluta. Los derechos
humanos comienzan a ser considerados universales y consustanciales a su propia
naturaleza y, de la mano del pensamiento liberal -al que siguieron las ideas
libertarias y socialistas que alimentaron el movimiento obrero y sus luchas
continuadas contra las desigualdades y la explotación del hombre por el hombre-
se consiguió, en las sociedades de una parte del planeta, que las personas
–independientemente de su condición social- comenzasen a ser consideradas
formalmente en igualdad, como sujetos de derechos y libertades, en la
jurisdicción de los Estados democráticos modernos.
El triunfo de la revolución rusa en 1.917 significó
para las clases trabajadoras la ilusión de sacudirse la opresión de clase y
abrir las puertas a la igualdad real, a la libertad y a la prosperidad en un
conjunto de países que siguieron esta senda. Aun cuando este modelo socialista
fracasó debido a la falta de libertades y a la ineficaz burocracia de su
sistema político y económico, su influencia fue importante, no ya en su área de
dominio, sino en las democracias occidentales que detentaban las economías más
fuertes del planeta, en las que, ante la “competencia social” del socialismo
real produjo bastantes concesiones en cuanto a la elevación del nivel de vida
de las clases trabajadoras y a medidas de protección social que culminaron en
el modelo llamado Estado de Bienestar, tal y como lo hemos conocido durante
varias generaciones.
La revolución científico-técnica en los países
desarrollados multiplicó la producción de recursos hasta llegar a cubrir las
necesidades básicas de la sociedad en su conjunto sin menoscabar el status de
poder y riqueza de las clases pudientes. Así fue como la muerte por hambre (la
peor de las esclavitudes) de una parte de la población, que también había sido
una constante universal a lo largo de todos los períodos históricos, comenzó a
ser erradicada mediado el pasado siglo, aunque sólo fuese en un área geográfica
minoritaria del globo que se conoce como Primer Mundo, extendiéndose
parcialmente con posterioridad por otros países calificados como en vías de desarrollo o emergentes.
Pero si la esclavitud en sentido estricto había
sido abolida en casi todos los países del globo, otras formas de esclavitud,
como la opresión, la explotación y el hambre, nunca llegaron a desaparecer de
la faz de la Tierra. El
imperialismo y el sometimiento del tercer mundo, por parte de las grandes
potencias, con nuevas formas de colonialismo, permitió a éstas sacar la pobreza
fuera de sus fronteras, a costa de aumentar la de los países menos
desarrollados. A partir de ahí, lo que sí se produjo, en la parte más avanzada
de la humanidad -y que ha marcado una referencia universal en la que se miraba
el resto del planeta-, fue una línea de avance y progreso en nivel de vida y
derechos sociales de las capas populares de la sociedad, en gran medida de la
mano del modelo keynesiano, configurando un Estado protector y prestador de un
amplio conjunto de servicios públicos, cuyo influjo llegó a traspasar, incluso,
las fronteras de la subyugada España franquista, en su última etapa, allanando
el terreno hacia la democracia.
Después vinieron los grandes cambios, el bloque del
Este se desploma, se impone un modelo económico en el que el capital es
hegemónico, las fronteras comerciales desaparecen, el mundo se globaliza, el
sistema comienza a ser gobernado por el pensamiento neoliberal, y ¿con qué consecuencias
nos encontramos?
Todo parece indicar que la época que nos ha tocado
vivir va a ser testigo de un punto de inflexión a partir del cual la línea
hasta ahora ascendente en cuanto al logro de derechos y bienestar de nuestra
sociedad occidental está comenzando a declinar: la democracia se resiente desde
el momento que las grandes decisiones se toman en el seno de corporaciones
transnacionales y son impuestas por la llamada dictadura de los mercados (en
realidad, por los poderosos dominadores de los mismos), las normas y reglas del
sistema son adoptadas por organismos internacionales como el FMI, la OMC, El
Banco Mundial o el Banco Central Europeo e, incluso, los Bancos centrales de
cada país, organismos no elegidos o no controlados mediante mecanismos democráticos
que, con la apariencia técnica y de neutralidad, imponen a los Estados de todo
el mundo, su propio debilitamiento y el seguimiento de las políticas que
interesan al capital internacional, sin que los gobiernos soberanos y elegidos
democráticamente puedan hacer mucho para cambiarlas ni para saltárselas.
¿Por qué hay crisis y quién la ha generado? ¿Por
qué no se hace pagar su irrresponsabilidad a los especuladores financieros
causantes de la misma y se toman medidas para que no puedan seguir actuando a
sus anchas poniendo en peligro economías de países enteros? ¿Por qué se habla
de reformar el capitalismo y luego no se cambia nada? ¿Cómo algo tan importante
y vital en una economía, como es su sistema financiero, puede dejarse en manos
de un irresponsable juego de casino? Es el libre mercado desregulado y al albur
de tiburones sin piedad, el que tiene el mundo “patas arriba” y está llevando a
millones de personas a la pobreza y hasta la miseria más absoluta.
Como ha dicho el profesor Juan Torres, “si hay algo que nos ha enseñado esta última
crisis son las consecuencias de un sistema de negocios en el que todo vale y de
que se permita que las corporaciones más poderosas actúen siguiendo una guía de
conducta completamente amoral y ajena a los principios éticos que consideramos
imprescindibles para regular civilizadamente la sociedad”.
Antes o después, saldremos de la crisis en nuestro
entorno europeo y primer-mundista, lo que está en juego es de qué forma lo
haremos, qué precio pagaremos cada uno por ello y cómo van a quedar las cosas
después.
Hay quien vaticina la descomposición de las clases
medias y la pérdida de poder adquisitivo de las capas populares, el aumento del
número de mileuristas, la precariedad y baja calidad del empleo de los jóvenes
(incluidos los universitarios), bolsas de parados mal subsidiados mayores de 45
años, etc.
Tanto o más preocupante que la crisis lo son las
políticas defendidas para salir de ella desde las instancias empresariales y de
dominio del capitalismo mundial con las que presiona la derecha y a las que el
gobierno de Zapatero, en nuestro país, se ha acabado doblegando en lo
fundamental. Políticas que en realidad no son para salir de la crisis, ya que,
por ejemplo, los economistas reconocen que la reducción drástica del déficit
ralentiza la recuperación. Se trata de “tranquilizar a los mercados”, esos
entes que funcionan supuestamente de modo técnicamente neutral, movidos por la
libre competencia pero cuyo mecanismo perverso, guiado por una espiral
especulativa libre de todo control, deriva inexorablemente hacia la rebaja de
costes salariales y derechos sociales, la imposición de “paz social”, etc.
Los gobiernos del capital se dejan llevar. De lo
que se trata es de aprovechar la coyuntura para imponer un recorte de salarios,
de prestaciones sociales, el aumento de la edad de jubilación, un recorte de
derechos laborales, sometidos en España, como en otros países, a una reforma
que se ha querido vender como necesaria para acabar con el empleo temporal y
disminuir el paro, pero en la que, si el despido se abarata hasta niveles
mínimos, en realidad lo que se pone fin es al empleo fijo, además de no servir
para reducir el paro, como ha quedado demostrado durante los meses en que lleva
aplicándose, habiéndose alcanzado en el pasado febrero un nuevo record de
parados/as.
Caído el Muro de Berlín, los grandes dominadores
mundiales han pensado que es hora de dar una vuelta de tuerca contra los
derechos de los trabajadores, contra la negociación colectiva y el propio
sindicalismo… y de arremeter directamente contra el Estado de Bienestar.
De la capacidad de respuesta y lucha del conjunto
de la clase trabajadora dependerá el resultado final de la ofensiva desatada,
de ahí el importante reto que se plantea en estos momentos a la izquierda. Una
izquierda poco preparada para hacer frente a la nueva situación porque ésta la
ha sorprendido, en buena medida, más complaciente con la bondad del sistema que
consciente de su papel en el mantenimiento de las conquistas sociales logradas.
El discurrir de los hechos nos irá mostrando hacia
dónde camina la humanidad: si todos estos sacrificios de la clase trabajadora
sólo van a suponer un simple paréntesis más o menos necesario para el
mantenimiento del Estado de Bienestar, o si, por el contrario, -aunque pueda
sonar apocalíptico- va a ser el propio Estado de Bienestar el que finalmente
suponga un mero paréntesis histórico entre esclavitud y esclavitud -en
cualquiera de sus formas- de la que el capitalismo no es capaz de prescindir,
del mismo modo que tampoco está pudiendo evitar destruir los recursos
medioambientales y alterar las constantes vitales de nuestro planeta.
P. Calero
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